Sobre el asesinato del señor Eduardo Díaz, Carlos Ferro Solanilla está mintiendo. Lo hizo con descaro en el reportaje con Néstor Morales en Blu Radio.
Tuvo el cinismo de afirmar que lo absolvió La Corte Suprema, cuando el asunto no ha pasado de la Fiscalía de Fusagasugá durante los últimos ocho años. Al parecer el proceso viene en camino a Bogotá, desde hace cinco meses.
No denuncié antes ni ahora que Ferro Solanilla mató ni ordenó el asesinato de su antiguo compañero. He escrito que un policía de su esquema de seguridad –con nombre propio- fue compañero sentimental del senador y después fue cedido irregularmente a Diaz, con quien Ferro tenía deudas importantes.
El día 7 de abril de 2009 fue hallado el cuerpo de Segundo Eduardo Diaz Pinzón, que buscaban las autoridades cuatro días atrás, por denuncia de sus familiares.
El cadáver había sido arrojado en la vereda Bonita, sector La Curva de la herradura de Silvania, en un sector despoblado, cerca a un manantial. No tenía documentos, según la Fiscalía.
Son varios los congresistas homosexuales pero no todos resultan agresivos ni están en plan de permanente conquista en el Capitolio. Hubo uno procedente de Armenia tan violento que lo señalan de haber desaparecido un niño, que ya dan por muerto.
Sin embargo, por lo menos un senador asedió a un policía de su escolta, al punto de que le fueron retirados de su esquema de seguridad. Los uniformes, al parecer, le disparaban la líbido.
Las afirmaciones del senador Hernán Andrade agitaron nuevamente las aguas. Dijo el congresista huilense que siendo presidente del Senado fue requerido por el director de la policía, el general Naranjo, para que le llamara la atención a un senador lujurioso que acosaba a uno de sus agentes. Andrade se negó a suministrar el nombre, pero después anunció que presentará la denuncia correspondiente.
¿Quién es el congresista conminado a guardar distancia con sus subalternos y a evitar coqueteos homosexuales?
Todas las miradas se dirigieron inicialmente al entonces senador Efraín Torrado, quien no oculta su condición sexual. Alguna vez lo describí con rodeos y circunloquios (cincuentón, solterón, con dos hijos adoptados) y cuando nos vimos me protestó con los brazos en jarras: ¡tantas vueltas para decir que soy marica¡
Sin embargo, parece que Torrado no es el personaje que motivó la queja del ocupado general Naranjo.
Tengo información de buena fuente que es un congresista de Cundinamarca, conservador, que primero fue concejal de su pequeño pueblo, después diputado y llegó a la Cámara, para después consagrarse como senador con una buena votación. Antes era un gordo mofletudo pero hoy ha perdido buenos quilos. Su nombre es –vaya sorpresa- Milton Rodríguez Sarmiento.
Para completar la puesta en escena, sólo falta que salga a la palestra el esposo de Vicky Dávila, dice el periodista Diego Martínez Lloreda, director de información de El País, de Cali, galardonado varias veces.
Comenta que a las esposas del general Palomino y del exviceministro Carlos Ferro las vinimos a conocer ahora, cuando a sus respectivos maridos les dio por visibilizarlas en medio del sórdido escándalo que sacude a la Policía y que les costó sus cargos.
Ambos usaron a sus parejas como parapeto para intentar amortiguar el impacto del escándalo.
Los hechos ocurrieron en abril de 2009, en el entorno político y personal del senador Carlos Ferro Solanilla, el otrora secretario privado de Leonor Serrano de Camargo, un individuo silencioso, de bajo perfil público, quien llegó a ser Presidente del Partido de la U.
Los familiares de Eduardo Díaz Pinzón (el muerto) no han logrado que la investigación avance ni que el proceso se adelante en Bogotá, convencidos de que en Fusagasugá todos los resortes de la justicia (Fiscalía, jueces, Procuraduría) están controlados por el –ahí sí- acucioso senador.
Nada se ha movido desde que conocí el asunto, hace un par de años, y lo denuncié públicamente.
Para todos –desde ese entonces- era protuberante que Ferro Solanilla protegía obsesivamente a John Harold Arias Berján, patrullero de la Policía sobre quien recaen las mayores sospechas del homicidio. El agente era miembro del esquema de seguridad del congresista e hizo parte del círculo de amigos de los dos, de Díaz y de Ferro.